VIDA SALVAJE (Primera Parte)
- Víctor BenUri
- 11 ago 2019
- 5 Min. de lectura
Por Víctor BenUri

Hace mucho tiempo abandonó las calles, el alcohol, la cocaína, el crack y la vida salvaje. Recién recibió la visita de un buen cliente buscándolo por sus servicios de mecánico automotriz. Su piel morena es prueba de las inclemencias del sol. Sus manos callosas y su mirada dura son características de una vida indomable.
Bebe el café bien cargado con un cigarrillo entre sus dedos, vicios que no va abandonar. Julián Esquivel tiene cuarenta y ocho años, es duro y parco, pero es gracioso y respetuoso todo el tiempo. Su vida ha sido un concierto brutal, una escuela ortodoxa, donde el más valeverguista sobrevive. Lo recuerda bien ─siempre estar arriba─ es la ley de la calle. A la noche lo visito, le conocí cuando me hice de un vehículo usado, él, certificó la compra, lo convertí en mi mecánico personal.
Ambos nos respetamos y admiramos. Yo, porque veo en él a un superviviente del bajo mundo con una vida atestada de interesantes y posibles historias que contar. Julián me respeta porque ve en mi a un ser extraño que persigue un futuro en algo incierto. Cursaba la carrera de periodismo en una universidad privada.
─El país no presta las condiciones─ me dijo en cierta ocasión con su dura franqueza. La principal característica de su personalidad es su forma de decir las cosas, aunque se escuchen crudas.
─La verdad hay que dejarla ir de frente y sin vaselina, nunca te escondás porque la gente es muy hijueputa─ Fue uno de tantos consejos que me dio en sus conversas cuando tomaba una silla de hierro y se ubicaba frente a su casa, mientras la tarde apenas destilaba algunos rayos del sol en nuestros ojos, las luces de los postes se encendían y el viento corría sutil por la cuadra.
Julián tiene dos hijos varones y una hija, todos ya veinteañeros. Su mujer es robusta, Catalina es como aquella emperatriz rusa “la grande”, pero ésta es criolla, morena, de caderas anchas y de pelo largo, negro y grueso, su hija es heredera de su fisonomía, pero no de su tamaño, es baja como su padre.
Su hijo mayor tiene el nombre de un escritor clásico francés “Víctor Hugo”, le llaman “Pata”, en honor a su padre. Su personalidad es un reflejo de su progenitor. El otro, Francisco, es más tranquilo, más sobrio, con los pies puestos sobre la tierra. Ambos son delgados, espigados y morenos. María es una joven que se encuentra en esa época especial y complicada, todo brilla a su alrededor, su rostro, su pelo, sus ojos, el olor es más dulce, si, huele como a galletas de vainilla recién sacadas del horno.
En los primeros años de conocerla era una niña sin nada que decir. Pero hoy es todo lo contrario. Está descubriendo de apoco los influjos del sexo, revelando su naturaleza humana. Todos experimentamos de diversas maneras esa etapa de curiosidad; los miedos e inseguridades, los atropellos en el interior de la cabeza y a veces un laberinto con bifurcaciones inusitadas.
Las calles del barrio donde Julián se formó tienen muchas anécdotas de él; sus borracheras, locuras, juergas con prostitutas y pasajes sobrenaturales.
─En este barrio le conozco las intimidades a casi todos─ con su habitual cigarrillo en los labios argumentó cuando recordó una anécdota de un viejo vecino, en realidad conocía con exactitud los pormenores de toda la gente de su zona. A él, le conocían de sobra. "Pata de mono" es una marca registrada, es su sobrenombre de pila. En cada esquina, en cada metedero del barrio es conocido como un rock’star.
En la época de los noventa el barrio “Ayapal” fue uno de los más peligrosos del distrito, colinda con la Villa Rafaela Herrera y la Villa Miguel Gutiérrez, a dos paradas se llega al Dancing de la Carretera Norte. Todo el sector funcionaba como un expendio de drogas. En cada esquina se apostaban consumidores y ladrones. Nadie quería entrar, hacerlo significaba ser un número más en las estadísticas de asalto e inseguridad de la capital. En esos años el barrio era conocido con el mote de “Expendio de la Miguel”. Las zanjas abundaban; eran charcas con agua, jabón y lodo, un desagüe donde a veces el agua podrida se acumulaba, había mucha vegetación en los patios de las casas rodeadas con alambrados de púas. Con el tiempo esos alambrados desaparecieron para convertirse en muros.
La familia de Julián es como todas las familias de los barrios populares. Cada quien tiene su propio problema, todos los vecinos saben lo que sucede con el otro. Por ejemplo, es común ver en las esquinas a un joven totalmente harapiento y hediondo. Se le puede ver moverse de una forma extraña a cualquier hora del día, incluso, cuando el sol alcanza el cenit y el asfalto hierbe irremisiblemente.
─ ¿Qué sucedió con ese muchacho? ─ le pregunté una mañana de fin de semana.
─ Ah…. ¿Edgard? Le dicen “culebrita” ese mae era normal, por ay andan las bolas que una mujer lo jodió. Otros dicen que bebió floripón y quedo loco ─ me lo dijo con un tono casi distendido
─ ¿Cómo así? ─ me sorprendió su respuesta.
─ Esas son las bolas que se andan de él─ me replicó
El joven no llega a los treinta y cinco años, su pelo son costras malolientes y extrañas que le surgen de la cabeza como los rastafaris. De vez en cuando un familiar se apiada de él y le corta todo el pelo a ras del cráneo. Es delgado y moreno, sus ojos siempre están clavados en el asfalto. Toda la gente camina en derredor y nadie se percata de su existencia o simplemente se alejan de él para no respirar la agridez que despide su cuerpo.
Un día quise acercarme para saludarlo, yendo a mi casa pasé al lado suyo de repente sentí el golpe en mis fosas nasales. Vi la miel de sus ojos, si, eran café miel, tristes, totalmente apagados. Me hice no sé cuantas preguntas sobre su locura ¿Qué observa en ese estado? ¿Está al tanto de su situación? ¿Si le hablo me responderá? De repente me sentí dentro de su cabeza, perdido, afligido, con un halo totalmente gris. Un compañero de clases escribió cierto día sobre el famoso psicosocial al sur de la capital. Su reportaje describía un mundo paranormal, rodeado de sombras y figuras que los enfermos mentales ven por todo el resquicio. Me preguntaba si Edgard también ve ese tipo de cosas. No quise molestarle y me alejé dejándolo tranquilo con su tambaleo monótono.
A pesar que Julián no consume más alcohol, cocaína o crack, sí fuma cannabis. Fue lo único que le quedó de ese mundo. Todo el barrio lo sabe, él no lo oculta. Desde joven fue temerario y le encantaba romper las reglas incluso las de su madre. Empezó a beber alcohol a los doce años, su niñez fue bastante libérrima.
De vez en cuando se ríe al recordar una zanganada. Como esa vez cuando tenía diez años, en una purísima de la ciudad de Matagalpa. Lo recuerda bien claro.
─A una perra le amarramos una triqui-traca en la cola y la metimos donde la gente estaba cantándole a la virgen en una purísima─ Se ríe de la misma forma en que lo hizo esa vez
─La gente se levantó embarajustada al oír las triquitracas y la perra corriendo en todas partes─ su risa se multiplica contagiando a los demás. Es inevitable no reírse por la forma en que él lo hace, algunas de sus historias son bien chistosas.
El nombre de su hijo mayor ─Víctor Hugo─ se lo debe a uno de sus hermanos muertos. Quiso recordarle llamando a su primogénito de la misma forma. Era un hombre muy conocido en el barrio y por el que muchas mujeres suspiraban. La mayoría de ellas habían pasado por sus manos. Era un casanova y, a ellas no les importaba si existía otra por ahí. Fue reclutado por el gobierno sandinista en la guerra fratricida de los ochenta. Según Julián, él se ofreció voluntariamente. Murió en esa década. Cuando en el barrio se dieron cuenta que había caído en combate, aparecieron todas las mujeres para despedirse de él, incluso señoras muy mayores.
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